PARTIDA NOCTURNA
fotografia del gran Roberto Cabral
PARTIDA NOCTURNA
(Relato en
paralelo)
(Publicado en primicia en la Revista Salto Al Reverso de México)
@theyoungQuevedo
La dama con
quien juego esta partida mantiene, como lo hará toda la noche, su sonrisa más
glacial. Es la misma que dedica siempre a todos sus contrincantes. Intento
desde el principio amenazar el máximo número de sus piezas en el tablero. Los
peones se dedican a crear la trama. Son orgullosas piezas que se adelantan. En
realidad, muestran lo inteligentes que son sus señores, que esperan detrás de
ellos a manejarles como quieren. Si no les sirvieran, no serían ni siquiera
peones.
A la luz de las
farolas, se me cae el castillo de la felicidad que me había erigido al sol
ayer. De noche, ahora por la calle, pienso que el día ha pasado en armonía con
las ganas que tenía de divertirme.
—¿Piensas en algo
más que la partida? —pregunto a la dama enigmática, intentando averiguar más
sobre ella.
—Solo pienso en
la partida. Es como pensar en todo.
—Cuanto
misterio, seguro que existen muchas otras cosas.
—No existen y lo
siento por ti. Eres igual que todos los hombres, cerebros muy fáciles de
predecir, igual que tu alfil tan desprotegido.
—¡Qué mujer!
¡Siempre te lo tomas así! Es mi curiosidad, la belleza. Cuando estás pensativa
despiertas en mi mayor curiosidad
—digo intentando que se crucen nuestras miradas.
—Y por lo que
veo también tu estupidez —me replica.
Las calles están de noche demasiado vacías. A pesar de
las juergas que uno pueda correr, no puedes evitar encontrarte los desiertos
intermitentes que vives al abandonar ciertos lugares. Y en los momentos más necesarios esos desiertos se hacen más
extensos en mitad de la ciudad. Giras la cabeza y no hay nadie.
Mis alfiles,
incluido el desprotegido, han logrado ganar una escaramuza violenta en el
centro del tablero. Parece que tengo la partida encaminada. Pienso en defender
bien mi ventaja. Ella sigue impasible: glacial, hermosa.
—Es necesario
pensar en algo más, ayuda a la imaginación aportando condimento a lo cotidiano
de nuestros quehaceres.
—La imaginación
es un trampantojo. No lo puede todo. De hecho, es un cálculo demasiado
inexacto. A veces, extravagante. Casi siempre, desmesurado para acertar en la
vida. Como tus líneas en el tablero, las estás adelantando todas sin darte
cuenta.
—Eres toda
alegría. Únicamente disfrutas viéndolo todo negro, y encima...
—Y encima no
pierdo el tiempo —ahora es ella la que sonríe un poco.
—No está mal a
veces perder un poco el tiempo para encontrar cosas mejores.
—Por ejemplo
intentando hacerme creer que tienes la partida controlada.
—Sí, por
ejemplo, señorita robot.
Veo de lejos aparecer un grupo de sombras. Los árboles
se mecen al viento nocturno en esta noche sobre las calles. Son posibles
camorristas en busca de dinero. Los huelo desde aquí. Encuentro algún síntoma
de miedo en mi interior. Pero no me desvío. No creo que sea hoy el día que me
den una paliza.
Mi contrincante
es demasiado guapa para solo mirar concienzudamente el tablero. Además sabe
cuando la estoy mirando con descaro. Su pelo es largo. Menuda morena para
girarse en la calle. El color de su cabello es más negro que el azabache. Lo
que me distrae de la partida es ver que el negro de su pelo es el mismo negro
carbón de las entrañas de la tierra que son sus ojos. Son inquisitivos. Son
ojos arrancados a la noche.
Me alcanza el grupo de sombras. Siento que alguien me
toca haciéndome parar. Otra mano me intercepta también.
—Eh, seguro que tienes algo que darnos, ahora mismito.
—No llevo nada.
—Yo creo que sí, ese reloj por ejemplo —dice uno de
ellos burlándose.
—Un recuerdo de familia que no pienso darte.
La sonrisa de la
dama reaparece un momento. Mueve el caballo. Después de mí, el alfil. Comienzo
a perder casi todos mis peones en el centro del tablero en los siguientes
movimientos.
—¿Te alegras de
tomar ventaja ahora? —le digo.
—Nunca siento
alegría, es algo que sé.
De repente, ella
piensa la siguiente frase al levantar una de las torres para moverla.
—Si ahora sonase
el timbre de la puerta y te diera una oportunidad, ¿te acordarías alguna vez?, si escapases para que esta partida no
acabase, y poder hacer tablas conmigo.
—¿Qué? —respondo
perplejo.
Sus labios se
despegan con una lentitud estratégica. Esta vez la sonrisa está mezclada. Yo
diría que está retenida. Ha visto claramente mi plan sobre el tablero, y su
torre liquida a uno de mis caballos sin yo poder hacer lo mismo.
—Supongo que no.
Te levantarías a abrir y no verías nada al otro lado de la puerta, y volverías
a donde estás ahora, creerías que has perdido el tiempo por algún idiota, y no
te darías cuenta que estás jugando esta partida ya desde hace un tiempo con las
manos vacías.
—Que chica más
lista. Un poco oscurantista en sus frases, pero lista.
El grupo de ladrones me rodea en semicírculo contra
una pared, no puedo escapar.
—Creo... colega, que estás en estos putos instantes
jugándote la vida.
—Tú lo dices —intento mantener la calma y quiero seguir mi camino.
—¡Estoy harto, nos van a ver, así que rapidito! —un
barbudo con cara de fiera lo ha gritado.
Está muy nervioso. Saca un estilete largo, luminoso,
mortal. Sus pelos enredados enmarcan dos ojos negros, profundos, esa negrura en
ellos es igual a la noche de antes. Intento algo para salir de allí, ni
siquiera doy dos pasos frente al grupo que me rodea.
La dama ha
estado esperando, la siguiente sonrisa que sale de su boca. Me deja helado. En
realidad, de repente hace frío en toda la habitación. Dirige su atención a un
lado del tablero, aparentemente, sin movimientos de piezas importantes. Sin
embargo, ha dejado colocada una desde hace tres movimientos. Entonces, su alfil
—ella juega con negras— cruza de lado a lado el tablero. Jaque mate.
Con un estilete, no tiene apenas que hacer fuerza el
agresor para clavarlo en el fondo de un estómago, por ejemplo. Casi no siento
como me perfora cada capa del interior de mis pliegues musculares. Veo borroso.
Pierdo parte del sentido. Caigo sobre mi espalda brutalmente.
Antes
de convertirme en nadie, tirado en el suelo, siento moverse manos nerviosas en
mis bolsillos. A lo lejos —ya casi nada soy— oigo un timbre. Está lejos el sonido. ¿Es el
timbre que oiremos todos, o es el timbre de la puerta de la oportunidad perdida
durante la partida? No lo sabré. Ya no siento nada.
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